Había una vez un roble en la orilla de un río. A los pies del roble crecía una caña.
Todos los días, el roble reprendía a la cña por doblarse a un lado y a otro según soplara el viento.
- Mírame a mí, cañita - decía el roble en toda su majestuosidad - observa cómo no me doblego ante nadie, porque soy un roble y soy fuerte.
La caña no decía nada; no valía la pena.
Una noche hubo una tormenta terrible y el viento sopló ferozmente, con mucha más fuerza que de costumbre.
Al amanecer, el roble estaba partido en dos, pero la cañita seguía en pie, meciéndose bajo la luz del sol.