sábado, 20 de febrero de 2010

LAS ALAS DE LA VIDA

Cuando se hizo mayor, su padre le dijo: `hijo mío: no todos nacemos con alas. Pero, aunque no tienes obligación de volar, sería una pena que te limitaras a caminar teniendo las alas que el buen Dios te ha dado'.
- Pero yo no sé volar - contestó el hijo.
- Es verdad - dijo el padre. Y lo llevó hasta el borde del abismo de la montaña.
- ¿Ves, hijo? Este es el vacío. Caundo quieras volar, vienes aquí, saltas al abismo y, extendiendo las alas, volarás.
- ¿Y si me caigo? - el hijo dudó.
- Aunque caigas, no morirás. Solo te harás algunos rasguños que te harán más fuerte para el siguiente intento - contestó el padre.
El hijo fue a ver a sus amigos, con los que había caminado toda su vida. Los más estrechos de mente le dijeron:
- Tu padre está medio loco. ¿Para qué necesitas volar? ¿Por qué no te dejas de tonterías?...
Los mejores amigos le aconsejaron:
- ¿Y si fuera cierto? ¿No será peligroso? ¿Por qué no empiezas despacio? Prueba a tirarte desde una escalera o desde la copa de un árbol. Pero... ¿desde la cima?...
El joven escuchó su consejo. Subió a la copa de un árbol y, llenándose de coraje, saltó. Desplegó las alas, las agitó con todas sus fuerzas, pero se precipitó a tierra. Con un gran chichón en la frente, se cruzó con su padre.
- ¡Me mentiste! No puedo volar. Lo he probado y ¡mira el golpe que me he dado! No soy como tú. Mis alas sólo son de adorno.
- Hijo mío - dijo el padre -, para volar, hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como tirarse en paracaídas: necesitas cierta altura antes de saltar. Para volar hay que empezar corriendo riesgos. Si no quieres, lo mejor quizá sea resignarse y seguir caminando para siempre...
Jorge Bucay "Déjame que te cuente"

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