domingo, 17 de octubre de 2010

EL MITO DE LA DIOSA FORTUNA

Había una vez un pueblo muy particular en un país muy lejano, cuyos habitantes compartían hábitos y tradiciones tan extraños como originales. Al crecer, cada joven de la ciudad debía acercarse a un enorme local instalado cerca de la plaza al que todos llamaban "La Proveeduría". Allí cada joven podía y debía retirar un cubierto (cuchara, cuchillo o tenedor) que le entregaría el Ayuntamiento y que cada uno usaría durante los siguientes años para poder comer.
Como decían los más ancianos del pueblo: "Para comer, en el mundo en el que vivimos, se han de usar cubiertos...por lo menos para comer con dignidad...".
Uno de esos jóvenes, al que llamaremos Giorgio, se enteró un día, junto con otros vecinos y compañeros del barrio, de que debía presentarse en "La Proveeduría" a retirar el cubierto que le entregarían para poder comer valiéndose de él. Después de postergar la decisión varias veces, una mañana decidió ir a por el suyo.
En el camino, Giorgio pensaba en qué iba a pedir. Después de todo, era una herramienta que posiblemente lo acompañaría durante muchísimos años. Éste sería el único cubierto que recibiría gratuitamente...
El joven se decidió por el tenedor. Una herramienta práctica, estéticamente hermosa y, como se iba diciendo mientras se acercaba, posiblemente insustituible.
- ¿Tenedor? - le preguntó el dependiente con una expresión compasiva -. No, jovencito. Los tenedores se agotan cada mañana con las primeras cincuenta personas. Todos quieren tenedores. La gente hace colas frente al local durante tres noches para pedir un tenedor.
Giorgio se sintió casi halagado al saber que su elección era acertada, aunque por el momento su acierto no alcanzaba para conseguir lo que pretendía.
- Entonces voy a llevarme un cuchillo - dijo, negándose por principio a hacer una cola de tres días para conseguir un tenedor.
- Cuchillos tampoco tengo - sonrió el dependiente -. Después de los tenedores, lo primero que se agota son los cuchillos. Si pretendes conseguir uno deberías venir muy temprano por la mañana...mucho más temprano que hoy.
Giorgio sabía que la única cosa que le molestaba más que levantarse temprano era tener que hacer dos viajes para la misma cosa. Posiblemente por eso preguntó, con cierta ingenuidad:
- ¿Y qué hay?
- ¡Cucharas! - le contestaron, como era previsible.
- ¿Cucharas? - repitió -. ¿Y eso es todo? ¿Solamente cucharas?
- Es lo único que nos queda - concluyó el dependiente a modo casi de disculpa -. A esta hora...
"Cucharas", pensó Giorgio. "Las cucharas no cortan ni pinchan...".
Las personas que estaban en la fila, detrás del joven, esperando ser atendidos, cuando escucharon la conversación fueron abandonando la tienda mientras pensaban en volver temprano al día siguiente a por el cuchillo, o a regresar esa noche y acampar frente a "La Proveeduría" para intentar conseguir uno de los deseados tenedores.
- A ver las cucharas...- se animó a pedir Giorgio.
Las que quedaban, que no eran muchas, le recordaron la casa de su abuela.
Eran unas de aquellas enormes cucharas amarillentas, reliquias de la época de María Castaña. No eran bonitas ni prácticas ni brillantes, y hasta Giorgio, que no era demasiado refinado, se dio cuenta enseguida de que estaban allí porque nadie las había querido...Pero él estaba ya en "La Proveeduría", y era todo lo que había.
Como siempre pasaba, los madrugadores y los esforzados se habían llevado lo mejor...
El señor que despachaba miró impaciente el reloj de pared; se acercaba la hora de cerrar.
- Me llevo ésa - dijo al final el joven, señalando la menos abollada.
Más conforme que satisfecho y más aliviado que contento, el muchacho salió de "La Proveeduría" con su enorme cuchara en la mano.
Esa tarde, cuando Giorgio salió a la calle con lo único que había podido conseguir, sucedió algo inesperado, alque nunca antes había pasado...
¡¡¡ LLOVÍA SOPA !!!
Nadie podía creer lo que estaba pasando...Tampoco el protagonista, pero el caso es que durante días y días, llovió sopa.

(...) quizá lo más interesante que aprendí de esta fábula, es que, si bien la suerte no depende sólo de tí, también depende de tí. Quiero decir que siempre hay algún mérito en el que tienes suerte.
El mío, en todo caso, fue aceptar llevarme lo único que había para mí en el reparto.
Sé que me conformé con lo que nadie quería.
Y sé que no fue por visionario, porque era imposible prever lo que después sucedió.
Podría haber llovido.
Podría haber llovido pollo al horno.
Podrían haber caído piedras.
Pero llovió sopa.
Y yo estaba ahí... Con la cuchara...

"El mito de la diosa fortuna" por Jorge Bucay

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